..Guapa
Cogió el teléfono, que lo había dejado en medio de su cama desordenada, junto con la toalla húmeda y la ropa de dormir. No había ninguna llamada y mensaje de texto nuevo. Había recibido varias llamadas y mensajes de sus amigos el día anterior, pero ninguna que ella esperaba.
Se calzó los zapatos color carmín y salió con la cartera en las manos. Caminó sin cesar por el resto de la calle, buscando un no sé qué y un no sé cuál. Pero tampoco encontró nada en el camino, solo el sentimiento atorado en su garganta que la hacía llorar en los buses, mientras se ocultaba entre las gafas grandes que usaba como escudo contra los demás pasajeros.
Ricardo la esperaba en el Centro de Lima, para reanimarle el corazón y recordarle que aun estaba viva. Asistía al encuentro callada, envuelta en sus pensamientos y tratando de no atragantarse con su dolor.
El camino fue largo y cansado, como deseaba que fuese y por momentos parecía que todo ya se iba diluyendo poco a poco, pero, de pronto, se acordaba de todo.
Revisaba, sin que Ricardo se dé cuenta ,su celular, buscando algún indicio que la sobrecogiera en la más utópica felicidad, pero nada. Caminó sin cesar, con la falda roja y sus pantis oscuras. Llevaba un abrigo color marfil que la sobrecogía de los fríos corazones que transitaban cerca de ella.
- Ricardo: ¿Realmente vale la pena?
- Bonny: No lo sé, pero algo, en el fondo de mi ser, me dice que no pierda las esperanzas, cuando creo que ya perdí mucho.
- Ricardo: No lo sé, tienes que pensarlo bien chibola.
- Bonny: Sí, lo sé.
Abrió la puerta de la casa y subió casi corriendo por las escaleras. Entró a su cuarto, de olor a madera vieja empalagado con su perfume púrpura, Tiró las cartera, el abrigo y se descalzó. Había sido un día largo, pesado y casi absurdo- pensó- mientras se echó a la cama, con los pies en el suelo y las pantis a medio sacar.
Estuvo inconsciente por varios minutos, pensando en la nada y en todo lo que tenía pendiente por hacer, pero sentía que las fuerzas no le daban para más. No había comido en todo el día, y sinceramente no tenía hambre. Las calles, la gente y los limosneros le habían llenado el estómago.
Se paró para observarse en el espejo y quitarse el poco maquillaje que le quedaba. La falda cayó al piso, lo mismo que la blusa. Se quedó observando sus senos a través del espejo, los labios rojos por el colorete y su pelo despeinado. Hubiese sido una buena toma fotográfica de ese momento, con su cuerpo frágil y casi desnudo, la piel pálida por la falta se sol y sus labios rojos, combinando con el claro de su piel y sus ojos marchitos-pensó en silencio, como si alguien pudiese escuchar sus pensamientos.
Terminó de desmaquillarse y quitarse sus alhajas, para echarse completamente desnuda en su cama, con la ropa esparcida en su cuarto, como una línea de hormigas, como un croquis de su recorrido por su cuarto. Durmió casi toda la noche, con algunas sobreexaltaciones del cuerpo y el frío de la madrugada. Abrió los ojos y casi por inercia se metió a la ducha.
Recogió su ropa con el cuerpo todavía mojado y lo colocó en la cesta rosa, ubicada en la esquina del cuarto. Escogió de su closet, un par de jeans viejos, una blusa blanca y el mismo abrigo de marfil que ayer la acompañó y unas zapatillas lilas. Se peinó con los dedos y alistó la cartera.
De pronto cuando ya se estaba yendo del cuarto, se acordó que no llevaba consigo su celular. Lo rescató del caos de su cama y a penas lo tocó, como una señal, un presentimiento, sintió la vibración de este anunciándole un nuevo mensaje de texto. El cuerpo empezó a temblarle y tuvo que sentarse para no caerse cuando leyó el destinatario, guardado con solo tres letras, del mensaje.
Cayó en la noción de que no se había acordado de él toda la mañana, que no había despertado con su nombre entre sus labios, como sucedía a diario, y sin pensarlo más, lo leyó. Había solo cinco palabras que cambiaron mágicamente su mundo: “Yo también te extraño, guapa”. De pronto sintió el hambre en su cuerpo, se sintió guapa, alegre, con ganas de llamar a Ricardo y contarle el “milagro” que había tenido, de decirle que él tenía razón, que se hizo un mundo por las puras.
De pronto trató de recordar lo que le puso en el mensaje para que sea esa, su breve respuesta, pero no pudo. Casi al medio día pudo recordar exactamente las palabras que le había escrito a Sebastián ya hace como cuatro meses atrás: ¿Me extrañas por allá?, porque por acá si te extraño, pero no se lo digas a nadie.
Se calzó los zapatos color carmín y salió con la cartera en las manos. Caminó sin cesar por el resto de la calle, buscando un no sé qué y un no sé cuál. Pero tampoco encontró nada en el camino, solo el sentimiento atorado en su garganta que la hacía llorar en los buses, mientras se ocultaba entre las gafas grandes que usaba como escudo contra los demás pasajeros.
Ricardo la esperaba en el Centro de Lima, para reanimarle el corazón y recordarle que aun estaba viva. Asistía al encuentro callada, envuelta en sus pensamientos y tratando de no atragantarse con su dolor.
El camino fue largo y cansado, como deseaba que fuese y por momentos parecía que todo ya se iba diluyendo poco a poco, pero, de pronto, se acordaba de todo.
Revisaba, sin que Ricardo se dé cuenta ,su celular, buscando algún indicio que la sobrecogiera en la más utópica felicidad, pero nada. Caminó sin cesar, con la falda roja y sus pantis oscuras. Llevaba un abrigo color marfil que la sobrecogía de los fríos corazones que transitaban cerca de ella.
- Ricardo: ¿Realmente vale la pena?
- Bonny: No lo sé, pero algo, en el fondo de mi ser, me dice que no pierda las esperanzas, cuando creo que ya perdí mucho.
- Ricardo: No lo sé, tienes que pensarlo bien chibola.
- Bonny: Sí, lo sé.
Abrió la puerta de la casa y subió casi corriendo por las escaleras. Entró a su cuarto, de olor a madera vieja empalagado con su perfume púrpura, Tiró las cartera, el abrigo y se descalzó. Había sido un día largo, pesado y casi absurdo- pensó- mientras se echó a la cama, con los pies en el suelo y las pantis a medio sacar.
Estuvo inconsciente por varios minutos, pensando en la nada y en todo lo que tenía pendiente por hacer, pero sentía que las fuerzas no le daban para más. No había comido en todo el día, y sinceramente no tenía hambre. Las calles, la gente y los limosneros le habían llenado el estómago.
Se paró para observarse en el espejo y quitarse el poco maquillaje que le quedaba. La falda cayó al piso, lo mismo que la blusa. Se quedó observando sus senos a través del espejo, los labios rojos por el colorete y su pelo despeinado. Hubiese sido una buena toma fotográfica de ese momento, con su cuerpo frágil y casi desnudo, la piel pálida por la falta se sol y sus labios rojos, combinando con el claro de su piel y sus ojos marchitos-pensó en silencio, como si alguien pudiese escuchar sus pensamientos.
Terminó de desmaquillarse y quitarse sus alhajas, para echarse completamente desnuda en su cama, con la ropa esparcida en su cuarto, como una línea de hormigas, como un croquis de su recorrido por su cuarto. Durmió casi toda la noche, con algunas sobreexaltaciones del cuerpo y el frío de la madrugada. Abrió los ojos y casi por inercia se metió a la ducha.
Recogió su ropa con el cuerpo todavía mojado y lo colocó en la cesta rosa, ubicada en la esquina del cuarto. Escogió de su closet, un par de jeans viejos, una blusa blanca y el mismo abrigo de marfil que ayer la acompañó y unas zapatillas lilas. Se peinó con los dedos y alistó la cartera.
De pronto cuando ya se estaba yendo del cuarto, se acordó que no llevaba consigo su celular. Lo rescató del caos de su cama y a penas lo tocó, como una señal, un presentimiento, sintió la vibración de este anunciándole un nuevo mensaje de texto. El cuerpo empezó a temblarle y tuvo que sentarse para no caerse cuando leyó el destinatario, guardado con solo tres letras, del mensaje.
Cayó en la noción de que no se había acordado de él toda la mañana, que no había despertado con su nombre entre sus labios, como sucedía a diario, y sin pensarlo más, lo leyó. Había solo cinco palabras que cambiaron mágicamente su mundo: “Yo también te extraño, guapa”. De pronto sintió el hambre en su cuerpo, se sintió guapa, alegre, con ganas de llamar a Ricardo y contarle el “milagro” que había tenido, de decirle que él tenía razón, que se hizo un mundo por las puras.
De pronto trató de recordar lo que le puso en el mensaje para que sea esa, su breve respuesta, pero no pudo. Casi al medio día pudo recordar exactamente las palabras que le había escrito a Sebastián ya hace como cuatro meses atrás: ¿Me extrañas por allá?, porque por acá si te extraño, pero no se lo digas a nadie.