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Por favor, no me toques

domingo,
15
de

Deja que tu mirada fluya ante mis ojos y no digas nada, que puedo percibir el miedo que brota de tus poros al verme. Pero, créeme vida mía, que si mis ojos te miran sorprendidos esta tarde, al verte inesperadamente y no puedo gesticular ni un sonido es que aun no logro entender que esta vez no eres un sueño mío.
Ven, tócame. Siénteme. Te invito a poner las yemas de tus dedos sobre mi piel. Te invito a rozarme con tus manos, esas que ahora me parecen extrañas, que ni mi piel las recuerda. Después de tantas caricias, mira tú, nuestros cuerpos ya ni se acuerdan del calor de ambos se daban.

1 kilómetro solo para mi

domingo,
15
de

Debo estar loca, demente. En un mundo que dice ser globalizado, un mundo social, en el que no quiero ser. Social. Que le tengo miedo a la gente, que no me gusta escucharlos, hablarles, oírlos, presenciar sus penas. Un mundo donde imploro, cuando el bus se estaciona en el paradero, que nadie se siente a mi lado. No quiero otra masa de carne a mi costado que la mía ¿Para qué la necesitaría?
Debo haber perdido la cordura porque no puedo soportar que cuando camino por la calle, la gente me mire. Me vuelvo paranoica. Sinceramente he llegado al punto de nos soportar que me vean, de querer ser invisible o que todos se larguen. Quedarme sola, tal vez no en el mundo pero si a un kilómetro de distancia. Sola. Poder sentir una completa paz, sin colas, sin señoras a las cuales cederles el asiento. Sin ruido ni piropos de groso calibre. Sin claxon ni nada.

La obra perfecta

domingo,
15
de

Apenas son las cinco de la mañana, este día no hay sol, ni lo habrá. Llovió toda la noche. Apenas son las cinco de la mañana y unos dedos gruesos acaban de encender el único foco de la última casa de la esquina del barrio.
Hace frío como para salir sin poncho. En la penumbra de la casa, ha logrado encontrar la caja gastada de fósforos, y, de un solo tiro, prende uno, la pequeña llama la traspasa, antes que el aire la apague, hacia el cirio grueso, embarrado en su propia cera roja, el único objeto que cuida y da calor a la estampita del Señor de los Milagros, colocada en el borde de la ventana que da a la calle.

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