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Crónica de una vida anunciada

Su vida ha estado pronosticada como Santiago, el personaje del libro Crónica de una muerte anunciada. Solo que él no ve a la muerte en su futuro.

Sonríe tímidamente mientras camina a paso lento en su casa. Cojea de una sola pierna y no le importa que lo vean así ; ha aprendido más de la vida que una persona de cuarenta a sus 13 años para sentirse avergonzado.

Lleva el nombre de su padre grabado en su partida de nacimiento, Mario, y el color moreno en la piel, herencia de su madre. Sus ojos grandes y redondos translucen toda la alegría que ninguna enfermedad, inyección u hospital le han podido arrancar de su rostro.

Habla poco y bajito mientras sus padres explican la gravedad de su enfermedad. Pero no se distrae, lo oye todo, para que nadie se equivoque en decir su diagnóstico.

A los siete años tuvo que hacer de lado los juegos, las travesuras e inocencia para adentrar en su rutina a la diálisis por cuatro horas en su cuerpo cada tres veces a la semana.

A veces le ha pedido entre lagrimas a Dios que lo lleve, que acabe de una vez por todas con su vida para evitar el dolor que nos causa verlo así - nos dice sin quebrar su voz Mirian, su valiente madre - pero siempre he estado ahí, diciéndole que esto pronto se acabará, que hay que tener fe y que nosotros siempre vamos a estar con él.

Definitivamente Mario es más valiente que sus padres. Le gusta el fútbol desde que era un niño. Se escapaba de su casa, sin importarle tener atado los brazos y cuerpo a tubos para ir atrás de una pelota con sus amigos. Soportaba todo desde una inyección más hasta una riña de su madre por correr en la cancha de arena cerca a su casa en Mala- Cañete.

Se enteró o asumió el control de su enfermedad cuando a los siete años su madre le explicó que sus riñones, esas cositas por donde le permitían orinar, no funcionaban bien y debían ir cada tres semanas a Lima, cuatro horas al día a la sala de hemodiálisis y todos los días tomar pastillas e inyecciones. Antes de eso sabía inconcientemente que algo en él era diferente que sus amigos.

Su vida estuvo marcada con una displancia renal bilateral. Desde el día en que su madre acudió a un centro de salud para realizarse una ecografía y seguir el desarrollo de su bebé en el vientre. Nació de ocho meses y ya lo habían desahuciado antes de someterse al tratamiento necesario para conocer si tenía alguna esperanza de una vida normal.

Escucha a sus padres hablar de él y sonríe cuando le preguntan algo. A pesar de estar enfermo nunca dejó los estudios. Es brigadier de primer año de secundaria, el grado que cursa en el colegio Dos de Mayo – La huaca en Mala- Cañete. Le gusta estudia inglés, comunicación y educación física. Lloró cuando, hace poco, su madre fue al colegio a hablar con su profesora e impedirle que realice el curso de educación física. Cualquier mal golpe le costaría la vida. No entendió, como lo hace la mayoría de las veces, y lloró por saber que no jugaría más en esa clase con sus amigos.

Hay días en que Mario y su papá salen a pescar por horas. Le gusta hacerlo, sobre todo porque su papá está con él tirando, metiendo y jalando constantemente el hilo transparente para pescar unido a una pequeña tabla que les sirve para enrollar el hilo.

¡Quisiera ser doctor de grande! Ha pasado la mayoría de horas de su vida en los mosoconmios que ha llegado a apasionarse con la medicina. Conoce casi todos los pabellones del Hospital del Niño y del Hospital Almenara y sabe de los dolores físicos, de las penas y glorias que encierran esas paredes.

No siempre ha cojeado. Lo empezó a hacer cuando tenía seis años, por una negligencia del hospital: le colocaron mal un peritonal. Desde esa vez cojea, además el peso de su cuerpo agrava su caminar.

Ha sufrido tanto que se le ha olvidado llorar y lo ha reemplazado por alegrías y risas. No existe nadie más feliz y unido que Mario y su familia. Su enfermedad la asumen como un anécdota gracioso y extraño en su vida. No quiere ni piensa morir y no sabe qué es temerle a la muerte. Solo piensa en acabar el colegio y graduarse como médico, el resto es una prueba de Dios. Tal vez de grande se sume a la hermandad del Señor de los Milagros, del cual es devota toda su familia, eso lo verá más adelante.
Su mamá le dará la mayor prueba de su amor donándole un riñón que lo necesita para seguir soñando a ser grande. Sabe perfectamente que la operación es muy riesgosa y que es posible que su cuerpo rechace el órgano pero cree que todo saldrá mejor. Debería ser un riñón joven para tener más probabilidades de vida, pero no puede ser tan exigente cuando su vida peligra oc uando los doctores pronuncian la palabra: terminal.

El sonríe y vivir se vuelve un lujo en su frágil cuerpo. En esta historia ya no hay Santiagos que mueran, solo un Mario aclamando más vida para seguir demostrando que la vida es bella.

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