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Un mar, una vida


Vestuciano es un pescador “común” entre el muelle de Puerto Nuevo en el Callao, uno de los puertos más peligrosos del Callao y de Lima .Aunque muy pocos lo conocen con su nombre de pila sino como pilón, la “chapa” que tiene desde pequeño. Se la colocaron cuando de niño siempre se escapaba de la mirada de sus padres, que muchas veces lo buscaban desesperadamente. Cuando lo encontraban estaba bañándose en el pilón, el caño de las quintas coloniales peruanas.

Trabaja en ese lugar hace 30 años, aunque reconoce que ha pescado donde el mar lo ha llevado: Callao, Chorrillos, chimbote y hasta en ríos de la selva, lo que lo llena de orgullo.

Durante sus años como pescador nunca había odiado a la mar que tanto quiere, hasta que en julio se llevó al hijo que más quería. Por más que se diga que no hay hijo preferido, para Vestuciano, él era su orgullo dentro de sus cuatro hijos, el que había logrado salir adelante, estudiar y ser el ejemplo de su nieto.

“Estábamos pescando como todas la veces que él decidía acompañarme, porque para serle sincero señorita, a mi nunca me gustó que salga conmigo a la mar. Siempre quise algo diferente para él. Ingresó a La Marina y terminó su carrera ahí, pero necesitábamos dinero para un examen que debía rendir para escarlar un cargo. Mi hija tenía el dinero pero no quiso prestarle ni a él, ni a mí. Perdió el examen, pero no la esperanza, quería postular el año siguiente por eso decidió acompañarme a pescar y así poder cubrir su examen para el próximo año.

Esa vez estábamos los dos en la mar, recuerda con nostalgia. Él se encontraba sentado en la proa y yo extendiendo la red alrededor del bote. Me acuerdo que teníamos la intención de quedarnos todo un día, porque la salida a pescar se iba a realizar en la noche o en la madrugada. El mar estaba crecido y yo trataba de recoger la pesca subiendo la red. Él se sostenía como podía en la proa, cuando una gran ola desequilibró el bote, y mi hijo cayó al mar.

Lo llamé como pude tratando de buscarlo en medio del mar y la oscuridad de la noche, no respondió. Le avise a mis compañeros, que se encontraban cerca, para que me ayuden a buscarlo, me pase toda la noche y la mañana llamándolo, buscándolo con todas mis fuerzas, no lo encontré. No perdí las esperanzas de encontrarlo. Cuando la corriente sube el mar te arrastra y decidí buscarlo en otra ciudad.

Me fui hasta Chiclayo pensando que había podido arrástralo hasta allá. Ningún pescador daba indicios de haber encontrado a un náufrago. Rendido regresé después de 13 días al muelle.

Cuando llegué a Puerto Viejo mis compañeros me dieron la gran noticia, lo habían encontrado a menos de 30 metros de donde se hundió, solo había un problema, la noticia me la dieron con una tristeza que pude ver en sus rostros, estaba muerto. Recogí el cuerpo, estaba tal como cuando nos fuimos al mar, solo estaba hinchado por el naufragio.

Desde ese día cargo su foto en un collar que confeccioné en su honor. Nunca me lo saco ni para ir a trabajar. Era de todos mi hijos, el que más me apoyaba, tenía tan solo 24 años cuando murió y un niño de 4 años.

Lo que me apena es que mi hija pudo ayudarlo a dar su examen, si lo hubiese hecho, hoy estaría con vida, pero a veces el mismo dinero transforma los sentimientos, hasta de personas con la misma sangre.

Mi nieto aún no sabe que su padre ha fallecido. Cuando le preguntan dónde está su padre, el sonriendo responde: “Se ha ido a pescar en un gran barco, porque él es marinero”.

No quiero que todavía sepa la verdad, es muy niño para afrontarlo. Yo me estoy haciendo cargo de él y de mi nuera, ellos viven conmigo y mi nieto se ha convertido en mi motor de vida, por él sigo trabajando a pesar de mi edad, aunque no gane mucho, lo haré por su futuro.

De su hijo fallecido le queda la foto y su nieto que cada vez se parece a él. De su padre, quien fue también pescador como el le queda la experiencia, aunque como a él le paso en el futuro, no quería que Vestuciano sea pescador. El iba a ser médico, pero la pasión del trabajo del padre lo llevó a la mar. Ahora se arrepiente, sobre todo los días que hay baja pesca. En el tiempo que su padre vivía el trabajo como hombre de mar era más remunerado, su padre tenía en su propiedad seis botes que los alquilaba y estaba económicamente bien. El se dejó seducir por la posición de su padre, dejó hasta los estudios por ser también hombre del mar. Ahora la situación es diferente tiene que lidiar constantemente por tener una estabilizada económica para su esposa y su nieto.

Su bote fabricado en chimbote tiene el nombre de Melchorita, la santa del pueblo de Chincha, según cuenta lo salvo de una semi-invalidez de las piernas cuando de joven se cayó del segundo hasta el primer piso de una casa. Ya lo habían desahuciado, con solo 19 años de edad, a una invalidez segura. Su padre lo envió a Chincha a pedirle a Melchorita que lo protegiera y así fue. Se fue a Chincha ayudado porque no podía mover los miembros inferiores, es mas ni los sentía. Lo encerraron en una casa con la imagen de la casi santa y por medio de curanderos, logró lo que para él es un milagro poco a poco volver a caminar.

“En agradecimiento a Melchorita por haberme ayudado a caminar de nuevo le dediqué mi bote, mi instrumento más preciado de mi vida”.

Continuará pescando hasta que según él: Dios le permita estar en el mar. Porque esa es su vida ahí esta su trabajo que le enseñó su padre, sus recuerdos, y su hijo que ahora lo cuida cuando sale todos los días de madrugada y con el cuerpo cansado a trabajar en su humilde bote y talvez esperar algún día volverlo a ver de nuevo sonriendo, sentado como lo solía hacer en la proa del bote, junto a él en esa inmensidad llamada mar.

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