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Dame un beso, bonito

Tal vez fue una mala idea, sino una idiota idea. Siempre estuve de acuerdo en que al amor no se le ponen pruebas, al contrario, las vences. Me dediqué a responder preguntas y a dar consejos a todas las personas que creían, que sufrían por un ser querido. Solo que yo nunca seguí mis reglas.

El día en que probé de ti, sentí que cerrabas los ojos para no amarme, para no caer de nuevo en ese círculo vicioso que ambos tenemos. El punto en el cual terminamos hundidos cada vez que nos acordamos que aún nos queremos.

Sebastian cierra los ojos mientras me besa, pero ya no lo hace por un acto- reflejo. Sabe muy bien que lo beso con la misma intensidad que cuando me decía cosas bonitas y me miraba de frente, acariciándome. Ahora ya no lo hace. Ahora tiene una novia, pero cada dos lunas recurre a mi. Ni Sebastian ni yo sabemos exactamente por qué lo hacemos. Tal vez él no lo sabe o simplemente quiere no enterarse.

Mientras tanto yo juego a no quererlo. Cada vez que me despido de él, juro que ya no lo volveré a querer. Ya no dejaré seducir por sus ojos y sus labios. Pienso en los miles de defectos que tiene para sentir repudio o pena por él. Jugar el mismo juego que él lo hace, odiarme por las cosas que alguna vez le dije y lo hirieron o por mis actos.

Cada dos lunas engañamos a nuestras almas. No sabemos si aún nos queremos o simplemente nos quedó las ganas de seguir amándonos bajo capas de piel. No sé por qué recaigo pensando en él cada vez que me despierto agitada. Prometimos no hablar a nadie ni mucho menos actuar como si nos conocieramos. Mientras más gente piense que nos odiamos, menos pensarán que nos escapamos para encontrarnos.

- ¿Cuánto crees que podamos soportar?
- No lo sé.
- Dame un beso, bonito.
(...)

- ¿Aún me quieres?
- No preguntes eso... sabes la respuesta.
- Callo. Siempre se lo pregunto para asegurarme que aún lo hace. Callo y sonrío sin que me vea.
(...)

- Me tengo que ir, ya es tarde.
- Un día te robaré por horas.
- Eso espero.

Le doy un beso en la boca sin que nadie nos vea y me despido, antes de subir al carro, con un beso volado. Me siento y lloro. Me he prometido mil veces ser fuerte, aprender a decirle adiós. Mil veces más recaigo.

 Entro a mi cuarto y escucho los mensajes de Julian, preguntándome cómo estuvo mi día, diciendo cosas bonitas para alegrarme el alma. Aveces pienso que ni Julian ni Sebastian seberían estar cerca de mi.

Mientras Julian espera encontrarme mañana en el café, yo espero esta noche no soñar con Sebastian y mucho menos decir su nombre el resto de la semana. Porque ante el mundo nosotros nos odiamos por no haber sido valientes para afrontar que aún, muy en el fondo, nos seguiremos queriendo.



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