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Era lo que esperaba

Después de dos meses, tres semanas, cuatro días y dos lunas llenas, decidió ya no llorar. Había derrochado los días tristes y las noches a solas para recordarlo, para embargarse con su olor efímero de la almohada, para ver viejas fotos que había olvidado y leer las cartas guardadas con olor a naftalina.


El día empezó frío, extraño entre una semana de calor apabullante, de tardes viendo los ocasos de abril. Se despertó sin prisa. miró su mano con la mente en blanco y dijo en silencio observando el techo: Feliz aniversario mi amor.

El estómago lo tenía revuelto como todas las mañanas que soñaba con él y con la misma sensación de correr tras él. No llamó, ni pensaba que lo haría. Había pasado tanto tiempo que se resignaba a dejar de esperar que iba a atravesar el dintel de su puerta.

El día fluyó lentamente y no dejaba de ver su reloj a cada instante. Los segundos eran una eternidad y la ansiedad empezaba a recorrer su cuerpo. El corazón le estaba por estallar. Se sentía como en una niña esperando un regalo de navidad. Necesitaba una palabra, una voz o una letra de él. Algo que la haga renacer como lo hacía antes. Una señal que le diga que aún no la había olvidado. Una sensación para no llorar.

Durante el día se dedicó las mejores canciones que pasaban en su estación favorita. Pasó por una tienda y compró: chocolates, cigarros, un vino dulce y un nuevo perfume. Trataba de distraer su tristeza ante los demás, ya era demasiado dolor como para compartirlo.

Llegó a las 5pm a su casa y la ansiedad no la dejaba ni respirar. Prendió la chimenea y colocó un disco de Carlos Gardel. Abrió el vino. Mojó sus labios y se llevó un cigarro a la boca. La primera aspirada le trajo, como un verso de Gardel, a su amado olvidado y las lágrimas recorrieron el camino que ellas mismas habían destinado.

Lo esperó hasta quedarse dormida en el sofá. Cuando la chimenea se apagó y ya no hubo más tabaco por fumar, apagó las luces hasta quedarse completamente en la oscuridad acompañada de si misma.

Estaba paradita ahí, como una estatua, cuando llamaron a su puerta. A esa hora nadie transitaba la calle, pero alguien le tocó la puerta. Está vez no preguntó quién era, como usualmente lo hacía. Solo atinó a bajar la mirada hasta ver su felpudo y sonreír. No había regalo más bello para ella. No existían mejores detalles para que se le ilumine el rostro.

Mientras sonreía miraba con dulzura la única rosa que la esperaba en su puerta. Cuando alzó la rosa, como una bandera de victoria, alguien le gritó desde la otra cuadra: Feliz aniversario mi amor. Y ella solo atinó a callar y sonreír. Era todo lo que esperaba.

2 Tu opinión me importa:

http://esmiestadonatural.blogspot.com/,  7 de marzo de 2010, 9:28  

Que bonito :). Muy linda la historia; sobre todo al final.

Glennys 7 de marzo de 2010, 14:28  

Los finales más bellos son los que se escriben desde lo más recóndito de nuestros corazones. Gracias por leer y porque te gustó =)

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